jueves, 5 de febrero de 2015

Un día con Bea Molina

Yo creo que todos tenemos claro que el atletismo es un deporte duro y exigente. Gratificante y bello, por supuesto, pero exige mucho, sobre todo según de qué niveles estamos hablando. Es muy difícil, extremadamente complicado, llegar a lo más alto en nuestro deporte. De hecho, muy pocos lo consiguen y pueden vivir de ello. Muchos admiran a los súper élite, a los que ganan carreras, baten récords y consiguen medallas olímpicas. Ellos son unos pocos elegidos entre una masa de millones de personas que cada día salen a correr, lanzar o saltar. 

Sin embargo, muchas veces hemos leído u oído a esos atletas decir que admiran a los esforzados corredores populares que, tras pasar todo el día trabajando, al llegar a casa se calzan las zapatillas y se van a entrenar. Además, muchas veces con muy buenos resultados y marcas. Estoy con ellos. En mi día a día me encuentro a muchas personas que aprovechan cualquier resquicio del día, entre tanto ajetreo, para poder dar rienda suelta a sus ansias de correr, de adentrarse en el túnel que supone para nosotros sentir el aire rozar nuestro cuerpo, en esa especie de burbuja de paz y libertad que sentimos cuando hacemos algo que tanto nos gusta y nos apasiona. 

Ayer, comentando con amigos, caí en la cuenta de que esa es un poco, o un mucho, mi vida: un no parar, un constante y contínuo movimiento y ajetreo desde que me despierto hasta que vuelvo a caer exhausta en brazos de Morfeo. 

De forma habitual, en casa nos levantamos a las 7.30 a.m. Preparamos el desayuno, que disfrutamos juntos, y llevamos a Iris al cole a las 8.45. Iris es nuestra hija (de Gaspar y mía). Ya os hablaré de ella. Gaspar es mi marido y también os hablaré de él.

Tras dejarla en el cole me tomo mi café y a las 9.30 imparto en la clínica (Caresport, de la que por supuesto os daré cumplida información) clase de pilates. Aunque suelo terminar muy cansada, tras la clase tengo mi sesión de entrenamiento. Ayer, por ejemplo, hacía muy mal día y, como vengo de una neumonía, no salí a la calle y me metí 70 minutos de elíptica con cambios de ritmo cortesía de Mr. Dioni. Él es el míster y, aunque muchos le conocéis, tendrá su apartado en este rincón. 



Menos mal que al llegar a casa me encuentro la comida hecha, pero no porque se haya cocinado sola ni porque tenga a nadie que me la prepare, sino porque la dejé preparada la noche anterior. Como y voy a dar otra case de pilates. A las 16.30 voy rauda y veloz a recoger a Iris del cole y nos vamos a la consulta, donde ella aprovecha para hacer los deberes mientras papá y mamá siguen currando. Mi última clase acaba a las 19.30, cuando me voy a doblar. No es que me doble como un árbol caído, sino que me toca mi segunda sesión de entrenamiento del día. Al acabar, recojo a Iris y vamos para casa. 

Preparo la cena, a la par que la comida del día siguiente, y comemos ella y yo, momento que aprovecho para jugar con ella e interrogarla para conocer sus inquietudes y desvelos. Así no se me escapa nada. 



Normalmente intento estar en la cama a las 22 horas, tras dejarle a Gaspar su cena preparada para que cuando vuelva la tenga lista, que él echa muchas horas el pobre. Aunque suelo caer rendida, a veces no paro de dar vueltas. Dos veces a la semana, tras la cena saco una manta y me doy mi clase de pilates rehabilitación, que me viene fantásticamente bien. 

Así son 24 horas con Bea Molina. Aaahhh, se me olvidaba: cuando estoy preparando específicamente un maratón todo se complica un poco más y se hace un pelín mas duro ...Cuando llegue el momento os daré detalles. 

Aunque yo llevo una vida muy ajetreada, también me siento muy bien por lo equilibrada que es, algo que me ayuda a salir adelante cada mañana. No obstante, también he de confesar que tener el apoyo de firmas como Powergym, con sus suplementos y productos, suponen un valor añadido y una garantía de que cada entreno, cada competición, los podré realizar con a full de energía y de ganas. 

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